Relato: Así comienza mi historia
La madurez sexual de todo gay empieza a los 14 años, aunque en algunos casos nuestra ansias por disfrutar de nuestro cuerpo y compartirlo con otro pueden aparecer incluso antes.
En mi caso, todo empezó cuando tenía 14, y se originó por vez primera mi vida sexual. Aunque las cosas se complican cuando te pones duro viendo a tus colegas de clase… ¿Quién no ha tenido fantasías recurrentes con ellos en los vestuarios de la clase de gimnasia?, cuando te pones cachondo pensando en sus piernas cada vez más peludas, cuando te empiezan a salir pelos en los huevos y sabes que te estas haciendo hombre.
Tenía yo 14 años, mi vida trascurría entre en una rutina que la determinaba la escuela, las malditas tareas y los placeres sexuales que estaba descubriendo en mi cuerpo, cuando apenas un año antes comenzó a salirme vello púbico y en las axilas. Me sentía fenomenal sabiéndome que estaba conviertiéndome en hombre, o al menos en mi propia definición de lo que era ser hombre.
Las cosas comenzaron un día cuando veía porno en mi ordenador de escritorio… ¡cuando todavía existían esos bicharracos con una pantalla enorme y de culo descomunal!
Aún recuerdo mi primer vídeo… Un tío que estaba lavando su barco, anclado al puerto, desde la cubierta, y cuando de repente aparece el que fuera el sobrino de este, todo parece cambiar de ruta y se van dentro del barco, donde no se exponen a las miradas de los voyeuristas, aunque nosotros seamos los primeros siguiendo el objetivo de la cámara. Lo que no sabía yo era que el sobrino del capitán era en principio virgen y esa iba a ser su primera vez. Yo me masturba mirando al chico joven.
Fue algo que no me llamó mucho la atención y continué hasta acabar de pelarme bien la polla, y por aquel entonces apenas me salían unas gotas de leche… ¡y ahora es un desastre tener que limpiar todo lo que me sale!
Pasaron unos días desde aquel momento y yo como de costumbre estaba en el instituto. Recuerdo estar en clase de historia con el típico desmadre del profe, al que no le importa para nada la clase. Yo estaba hablando al final del aula con una chica sobre cosas sin importancia, matando el tiempo. De repente, en una distracción, miré al frente de mi fila, a la siguiente fila respecto a la mía, y atrás se encontraba José, mi mejor amigo, que también estaba hablando con gente de su alrededor, cuando de pronto, al ir a girar para reincorporarme a mi silla, al volver a mi posición, noté que entre su camiseta y su pantalón se podía ver algo de su morena piel… ¡en aquellos momentos ese parte de su cuerpo ya me hacía vibrar lentamente! También me estaba fijando que tenía el pantalón algo abajo y lucía un bóxer rojo e inconscientemente fijé mi mirada en la región tras la cual estaría su pene… y no se si sería mentalmente pero se notaba una pequeña curva en ese bóxer, ese paquete….
Me quedé estupefacto. Fue cosa de pocos segundos cuando caí en la cuenta de lo que estaba haciendo. Reaccioné y aparté la vista antes de que nadie se diera cuenta, pero al hacerlo me topé con que él, me estaba mirando a los ojos pero con una mirada de desprecio, de saber que su amigo podía ser maricón. Me dio demasiada pena, no hablamos del tema y decidí hacer como si nunca hubiera pasado.
Esa noche antes de dormir estaba sobre la cama ya con la luz apagada, sin poderme quitar esa imagen mental de ver su vientre tan masculino y un poco más abajo la forma de su polla cubierta apenas por el bóxer. Me sentía mal pensando así sobre mi amigo, aunque la excitación me ganó y comencé a masturbarme como un loco pensando en lo que vi. Pasé esa frontera que cuando eres un adolescente crees infranqueable y que sucede cuando comienzas a imaginarlo penetrándote, siendo su putita, mamándosela… y cuando al final me corrí desapareció esa sensación de excitación y me sentí sucio. Me quedé dormido. La historia se repetiría muchas veces durante los meses siguientes aunque las cosas con mi colea continuaron siendo del todo normales, o al menos eso creería yo.
Mientras trataba de disimular los nuevos sentimientos que estaba experimentando por las noches, me entregaba a la perdición de negarme a descrubrir mi auténtica sexualidad. Cambié totalmente el porno hetero, que a veces veía porque era lo “normal” a los ojos de los demás, por el gay, y uno de esos días abrí una página que se me hizo interesarme por “sexo entre jovencitos”. Ingénuo de mí, pensé que eran chavales de mi edad, y con ese pensamiento noté que había sido mi mejor descubrimiento en meses. Conocí tantas caras, cuerpos y pollas que cada vez me empezó a llamar más la atención el rollo gay, y tenía más “caras, cuerpos y pollas” para mis fantasías. Me masturbaba todas las noches con chicos de todo el mundo a través de la web cam, que fue un hallazgo para mía próximo al de la web de vídeos de jovencitos. Acababa casi a la una de la mañana, pero valía la pena.
A raíz de todo ello, empecé a desear cada vez más tener mi primer experiencia gay, quería probar la leche de un hombre, sentirme dominado y también dominar. No era demasiado realista, era difícil que eso pasara teniendo la imagen del porno de internet, pero a medida que iba buscando experiencias que me acercaran al menos a un rastro de virilidad, se me ocurrió una idea…
Cerca de mi casa, en la cuidad donde vivía de chaval, había un descampado. No había nada. No estaba habitado y muchas personas lo utilizaban como centro de reunión sexual, por la poca cantidad de gente que transitaba por ahí. Comencé a frecuentar el sitio. Espiaba a parejas hetero teniendo sexo mientras me masturbaba pensando que la chavala era yo… Pero un día las pajas no bajaron mi calentura. Me encontraba en ese descampado y encontré un condón recién usado y quería pensar que todavía tenía la leche caliente, ¡me quería sentir como ese hombre! ¡Quería sentir su virilidad a través de su polla entrando en mi culo!
En un ataque de excitación y de alteración de mi realidad, cogí el condón en un colchón tirado del descampado introduje mi polla en ese condón lleno del semen de ese chaval que lo usó. Me sentía genial al saber que la leche de un hombre de verdad estaba teniendo contacto con mi polla. Me masturbaba como un poseído, gimiendo, estaba tumbado en el colchón y sentí la gloria. ¡La leche de un macho estaba en mi polla y eso me hacía sentir viril! ¡Muy hombre! ¡Y aquel día me corrí como nunca!
Al acabar me dio un poco de asco, aunque no se comparaba con la excitación de tener el pene lleno de semen ajeno. Mis bóxer quedarían batidos de la leche de ese hombre, y yo me preguntaba…
¿Qué sería lo siguiente?